26 de diciembre de 2009

La aventura de Sonia


Ni siquiera recuerdo tu nombre. La verdad, no me importa. Me dijiste un alias. En el pub noté tu paquete cuando refregaba mi culo sobre él. Al principio no, pero mi movimiento hizo que se te empalmara, y acabaste cogiendo mis caderas para evitar que me escapara. Pero el control lo tenía yo. Hacía y deshacía a mi manera. Pero esto es algo que no te voy a explicar: conociste mi táctica porque tú fuiste la víctima.

Salimos del pub hacia mi casa. Por el camino, descubriste lo poco que me gusta que me magreen las tetas en la calle. Un gesto mío te hizo comprender esto enseguida. Preferiste parar y asegurar el polvo antes que arriesgar y tener que masturbarte solo en casa. Como pudiste comprobar de nuevo, el poder lo tenía yo. Durante el camino no hablaste, te mantuviste cauto. Finalmente llegamos a mi casa.

Nada más cruzar la puerta de casa, cerré rápidamente la puerta sobre ti. Te cogí de la muñeca y te llevé a mi habitación. Por un día quería un lugar más normal. Hacía tiempo que no usaba la cama para follar. Aunque habría algo que no sería precisamente clásico. Creo que no nos conformaríamos hoy con un misionero.

Te sentaste en el borde de la cama. Me puse encima de ti, a horcajadas. Mientras te mordisqueaba la barbilla, me agarré a tu camiseta, por la altura de la cintura y tiré hacia arriba, para sacarla lo antes posible. Tus manos ya habían empezado a magrearme las tetas, las soltaron para que yo pudiera sacar la camiseta. Tú también sacaste la mía. Tu lengua recorrió la distancia que había justo entre mis dos pechos y dibujó una línea que llegó a mis labios, pasando por mi tórax, mi cuello y mi barbilla. Durante tu juego con la lengua, tus manos desabrocharon mi sujetador, dejando libres mis tetas. Son firmes. No son muy grandes. Eso me acomplejó un tiempo en mi adolescencia, pero acabé descubriendo las ventajas de tener un pecho pequeño.

Me levanté. No podía perder el tiempo con tonterías. No quería seducirte. Bajé la cremallera de mis botas y me descalcé. Me quité la falda lo más rápido que pude. Como es elástica, no fue difícil. Mis manos bajaron contorneando mis muslos, ya que a la par que me quitaba la falda, mis medias las seguían.

Tú, viendo que la cosa no estaba para preliminares, te desnudaste también. Cuando te vi desnudo, te empujé hacia la cama. Caíste bocarriba. Me coloqué encima de un salto. Yo no estaba para tonterías. No quise perder el tiempo, eso lo dejamos para las parejas estables. Te agarré las muñecas y las aguanté contra el colchón, a la altura de tu cabeza, más o menos. Me recliné hacia adelante. Te lamí los labios, rápidame. No te dio tiempo a sacar tu lengua para rozarla con la mía. Mi lengua siguió subiendo hacia la punta de tu nariz, y la recorrí entera hasta el entrecejo. Te pellizcé ligeramente la frente con mis labios. Tú intentabas besar alguna parte de mi: mi barbilla, mi cuello, mi hombro...

Mis caderas se movían, mientras mi clítoris se frotaba contra tu verga. No es de las más impresionantes que me he encontrado, aunque espero que no me decepcione. Me excita mucho esta situación de poder que tengo hacia ti. Tú estás luchando por penetrarme, e incluso me dijiste "métela". Me divertía mucho este juego. Con el roce que había entre nuestros sexos, nos excitábamos los dos. Tú estabas muy quemado. Por un momento solté tus brazos, y entonces cogiste mis tetas y las estrujaste. Luego tus manos recorrieron mi cuerpo buscando la cintura, mis caderas y mi culo.  La humedad que salía de mi vagina hacía que cada vez resbalara más. Al volver a agarrarme de las caderas,  querías guiar mis movimientos en busca de la penetración. Tú querías acabar de follar, correrte por fin. En uno de estos movimientos, tu pene entró dentro de mi y sonreíste ligeramente. Dos sacudidas y lo saqué. Esto hizo que tu cara se descompusiera. Y perpetraste tu venganza.

Te cansaste de dejarte dominar por mi. No era tu estilo, por lo que parecía. Me levantaste y me apartaste de encima de ti. Antes de que yo reaccionara, me dejaste tumbada boca abajo. Me inmovilizaste poniendote encima de mi a horcajadas. Con una mano, apartaste mi pelo de la espalda y de mi cuello. Y me mordiste suavemente en la base del cráneo. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Continuaste jugando conmigo y con mi cuerpo. Bajabas por mi cuello. Lo lamías. Lo besabas. Lo mordisqueabas. Continuaste recorriendo mi columna vertebral con una combinación de besos y lametones, hasta que llegaste a mi zona lumbar y allí me diste un mordisco que me volvió loca. Estabas detrás de mi. Pusiste tus rodillas entre mis piernas. Agarraste mis caderas y me levantaste. Me quedé de rodillas. Seguiste besando mi espalda, para llegar a mi culo. Lo oprimías con tus manos. Continuaste besando mi culo, y seguiste bajando hasta llegar a mi ano. Empezaste a lamerlo. Yo estaba muy excitada.Una de tus manos fue en busca de mi vagina, e introduciste dos dedos dentro de ella. Y lo hiciste de tal manera que te quedó un dedo libre, con el que empezaste a acariciar mi clítoris. Yo estaba muy cachonda. Introducías tus dedos, y los sacabas rítmicamente, y seguías acariciando con aquel dedo libre mi clítoris y mis labios menores.Llegó un momento en el que toda yo era una duda. No sabía de dónde recibía más placer: si de los lametazos que me dabas en el ano, si de tus caricias en mi vulva o del movimento de tus dedos dentro de mi. Aquello era caótico. Una explosión de placer, que me hizo gritar "¡Métela ya!". Seguiste un rato más, pero no mucho más. Tú ibas muy quemado también. Te incorporaste y te enfundaste un condón que saqué del cajón de la mesita de noche. No podía faltar el lubricante dilatador para untar el látex del condón. De esta tarea me encargué yo, y así de paso miré y disfruté de la erección de tu poya. Estaba muy dura y palpitante. No sé cómo se te pone normalmente cuando te empalmas, pero esta vez tenías las venas muy marcadas, tanto que hasta a mi me sorprendió (y me he comido unas cuantas vergas).

Me volví a poner a gatas, con las rodillas en el borde de la cama. Te colocaste detrás de mi. Hacía un rato que te habías ganado mi sumisión. Entonces, poco a poco, empezaste a introducir tu pene por mi ano. Noté toda la dureza y todo el grosor que iba penetrando dentro de mi. Grité. Me preguntaste que si estaba bien, quizás te sorprendió este grito. "Sí, estoy bien, no pares ahora" fueron mis palabras. Empezaste con la incursión de tu verga dentro de mi. Avanzabas y retrocedías. Entrabas y salías. Tus manos cogían mis caderas. La follada que me estabas haciendo me gustaba, porque iba muy caliente. Te reclinaste hacia mi, y una de tus manos, me rodeó para ir en busca de mi vulva. Me masturbabas mientras seguías dandome por culo, aunque esta vez tus movimientos eran más torpes que antes. Mis gemidos te volvían loca. Yo escuchaba tu respiración, cada vez más agitada. Tus gemidos también me volvían loca. Me volví loca. Jadeé, gemí, disfruté mucho. Me corrí. Tuve un orgasmo tan intenso como no lo había tenido en mucho tiempo. Al poco tiempo te dejaste llevar y te corriste tú.

Me dijiste que me querías o algo parecido y te respondí que no, que no era cierto. Esta es una estrategia que usan los tíos para asegurarse un polvo otro día. Pero guapo, los polvos hay que ganarlos día a día. Y yo follo seguro, aunque no sepa con quién.Quisiste pasar el resto de la noche conmigo, pero te eché. En unas horas tendría que estar despejada para una jodida jornada de trabajo.

Menudo polvo me echaste. Quizás algún día te busque para repetirlo.