16 de octubre de 2009

3. Clarice sale del pub con Sergio.



La conversación contigo, Sergio, fue muy entretenida. Trabajas y vives cerca de aquí. Tu voz es cálida, varonil. Tu ritmo de voz no es ni muy rápido ni muy lento. Tu voz me está hipnotizando. Tu aroma me está embriagando. Y esa mirada... ¡dios, qué mirada! Sólo puedo pensar: por favor, no me mires así,. No me hables así. No me acaricies el brazo de esta manera tan delicada. Me estás demostrando que tú no eres como Carlos. No me sonrías así. Tampoco te me acerques tanto. Que tu aroma me sigue embriagando. Que tu sonrisa me vuelve loca. Que tus labios son muy suaves. Que tu lengua busca suavemente la mía. Que tú  me sabes muy bien. Que tú me estás transformando en  una persona llena de paz. llena de paz y llena de fuego. Porque no puedo dejar de besarte. Porque no puedo dejar de acariciarte el hombro, de bajar con mis dedos a tu brazo, a recorrer el antebrazo hasta llegar a tu mano. Y tampoco puedo evitar dejar de besarte un rato los labios para recorrer con mis labios tus mejillas. Bajar al cuello y mordisquearlo, besarlo, lamerlo.

Me estás volviendo loca, Sergio. Tu mano está en mi rodilla, acaricia mi pierna, asciende por la parte externa de mis muslos. Los aprisionas con tus manos. Me sigues besando. Tu mano sigue recorriendo mi muslo y llega a las caderas. Tu otra mano está acariciando mi nuca, mientras tú me sigues besando. No paras de besarme, y eso me gusta mucho. Esa mano que estaba cerca de mis caderas, desciende otra vez hacia mis rodillas, la bordea, y esta vez vuelve a ascender por la parte interna de mis muslo. ¡Qué manos más suaves tienes! ¿Qué has hecho para derrumbar mi muralla? ¿Qué me ha pasado para abrir el portón antes de que rompieras del todo mi muralla? El caso es que tu mano ha llegado a mi sexo. Y yo me he estremecido. Seguramente tú habrás notado la humedad. Ahora mi mirada se torna en una mirada de deseo, de pasión, libidinosa... Dejas 20 € encima de la mesa y me guías hacia la puerta del pub. Coges mi mano. Sin decirme nada me guías hacia tu casa. Vives muy cerca de aquí.Y yo no puedo oponerme: Es más: no quiero oponerme.

No pienso si esto que está a punto de suceder está bien o mal. Ahora mismo soy un animal. Sólo me guío por mis instintos. A menudo son los instintos los que nos hacen sobrevivir, los que nos hacen tomar las decisiones más atrevidas, quizás las que hacen que nuestra especie sobreviva.

Hemos llegado a tu casa. Cierras la puerta detrás de mi. Creo que me va a gustar lo que me vas a hacer.  Ahora voy a disfrutar contigo, y la próxima vez que te vea, recordaré todo lo que en breves pasará en tu casa. No se me olvidará lo que haremos. Eso seguro. Así que cuando te vea, en mi mirada podrás notar mis sensaciones, el deseo de volverte a ver, las ganas de volver a hacerte el amor, y seguro que te darás cuenta de más cosas de las que me gustaría mostrarte.

Ahora déjame gozar de este momento.


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